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miércoles, 10 de enero de 2007

Capítulo VII

Les voy a contar una experiencia personal.
Cuando asistí por primera vez a una clase de teología lo hice muy renuentemente. Si bien Yo, hasta ese momento me consideraba católico, por lo menos así había respondido en el censo, estaba consiente que mi religión cojeaba por muchos lados. Pero esto no era por que me considerara un mal católico, en realidad cumplía casi todos los preceptos, iba a misa todos los domingos, me confesaba mas o menos periódicamente, etc. El problema consistía en que en el fondo tenía serias dudas sobre mis creencias, dudas que, por una u otra razón iba postergando su análisis. Siempre habían cosas "mas importantes” que hacer, y el diario vivir me absorbía todo el tiempo. Sin embargo, en mi fuero interno, estaba decidido que algún día le dedicaría suficiente tiempo a “pensar la religión" aun a costa de terminar ateo, aun mas, les debo confesar que creía que iba a terminar ateo, porque cuando llegara ese momento lo haría en la forma lo mas intelectualmente honesta que me fuera posible y yo siempre creí que la religión y la razón no eran muy amigas. No voy a contar en esta ocasión cómo llegue a esa clase de teología, solo les diré que en ese momento creía que entrar a estudiar la religión en profundidad era para mí un poco prematuro, pero si había dado ese paso, lo daría seriamente, sean cuales fueran las consecuencias.
En esa primera clase apareció un profesor al cual Yo lógicamente no conocía, y con un asentó español bastante convincente dijo una frase que a mi me llamó poderosamente la atención: “la fe que no se razona no es fe” y afirmó que eso ya lo decía San Agustín hacía mas de mil seiscientos años. Hasta ese momento las palabras fe y razón eran para mi prácticamente antónimos y no veía cómo se podía hacer esa afirmación.
No me voy a referir cómo siguió el curso ni cómo lentamente fui descubriendo una nueva fe, esta vez totalmente diferente a lo que había creído hasta entonces, pero no solo diferente en cuanto a sus consecuencias concretas de vida, sino que sobretodo diferente en cuanto a su racionalidad, sí leyeron bien, en cuanto a su racionalidad.
Parte de estas ideas he intentado plasmar en este libro. No se si lo he logrado, pero lo que he intentado explicar es que la fe cristiana es mucho mas razonable de lo que comúnmente se cree y que desde ella se pueden responder, repito, razonablemente los problemas existenciales que nos aquejan y una vez que hemos hecho eso se abre el verdadero camino de la felicidad.

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